miércoles, 30 de marzo de 2011

Portugal, ese escollo de España

Por Pedro Fernández Barbadillo

Salazar.
Antonio de Oliveira de Salazar, el principal gobernante portugués del siglo XX, definió a Portugal como un escollo de España donde se habla un dialecto del español.

La frontera entre ambos países ha permanecido prácticamente inalterada desde hace tres siglos y medio. Poco a poco, las realidades de la geografía, la cultura y la economía se imponen. En torno al 40% de los portugueses aceptaría una unión política con España, y casi el 60% apoya que el estudio de la lengua española sea obligatorio.

Se entiende que los británicos y los irlandeses quieran tener muy poco en común desde un punto de vista histórico, ya que los primeros ocuparon Irlanda y esclavizaron, literalmente, a los irlandeses. También se entiende la desconfianza basada en el pasado entre los polacos y los alemanes, los húngaros y los rumanos, los belgas y los holandeses, los franceses y los alemanes, los españoles y los franceses, los italianos y los austriacos, los rusos y los ucranianos... Pero ¿qué pleitos y qué fantasmas hay entre los españoles y los portugueses? La última guerra entre ambos pueblos se produjo en 1801 y duró unas semanas; a resultas de la cual, España adquirió la plaza de Olivenza, en la provincia de Badajoz. Todos los demás países europeos han sufrido guerras, amputaciones y destrucciones mucho mayores.

Sin embargo, algo ocurre para que Portugal no haya querido formar parte de España, como de hecho hiciera durante sesenta años, entre 1580 y 1640, cuando reinaron allí los tres Felipes (Felipe II, Felipe III y Felipe IV), y, antes, con la monarquía goda, cuando el reino de España abarcó toda la Península Ibérica, el norte de lo que hoy es Marruecos (la Hispania Tingitana) y una pequeña región al norte de los Pirineos, junto al Mediterráneo (la Septimania). Los portugueses han preferido ser cabeza de ratón a cola de león. Desde que recuperaron su independencia, por el tratado de 1667, han vivido, testarudos, a espaldas de España, volcados en el Atlántico y en sus colonias, empeñados en diferenciarse de sus vecinos.

Todas las fronteras de Europa Occidental han sido enormes vías de paso de mercancías y personas. Los puertos de Amberes y Rótterdam prosperaron porque recibían mercancías que luego pasaban a Alemania, a Suiza y hasta a Francia. En cambio, la frontera hispano-portuguesa ha sido de las de menor tráfico mercantil, si no la que menos ha registrado. ¿Por temor a que se crearan lazos entre los dos pueblos, como había ocurrido en el siglo XVI, antes de la anexión, o por temor a que los militares españoles usaran los ferrocarriles y las carreteras para invadir Portugal?

Cuando Felipe II reclamó, como hijo de la emperatriz Isabel de Avis, esposa de Carlos V, el trono portugúes, el duque de Alba realizó una campaña-relámpago: en menos de dos meses ocupó todo Portugal, salvo los archipiélagos de las Azores y Madeira, y encima sin causar daños a los nuevos súbditos del rey. Y cuando los oficiales de extrema izquierda de la Revolución de los Claveles derrocaron al primer ministro Marcelo Caetano y, luego, al general Spínola, temieron (de manera injustificada) que los tanques españoles penetrasen a través de Extremadura en dirección a Lisboa.

O ultramar o España

Durante el régimen del Estado Novo (1926-1974), una de las campañas de propaganda consistió en la siguiente consigna: "Portugal no es un país pequeño", que acompañaba un mapa de Europa sobre el que se habían impreso en colores más vivos las colonias bajo dominio de Lisboa. Así, Portugal llegaba hasta el interior de Rusia. Y es que su imperio era inmenso: en la India tenía varias plazas, de las que la principal era Goa; en China tenía Macao; en Indonesia, la mitad de la isla de Timor, y en África el archipiélago de Cabo Verde, las islas de Sao Tomé y Príncipe, un pedazo de tierra en el Golfo de Guinea y las joyas de Angola y Mozambique.

Portugal, pequeño en población, riqueza y ejército, sólo pudo mantener ese imperio mientras su tradicional aliado, Inglaterra, a la que le ataba un tratado desde el siglo 1373, le pudo proteger. La debilidad portuguesa, así como los vínculos de Lisboa con el mundo anglosajón, eran tan fuertes que en 1943 Portugal cedió bases militares a los Aliados en las Azores, lo cual marca un vivo contraste con la neutralidad española. A diferencia de Francia, Reino Unido, Bélgica y España, que aceptaron la descolonización de mejor o peor grado, Portugal se empeñó en guerras coloniales, lo que le acarreó el boicot de los países africanos independizados y la presión de Estados Unidos, que quería la desaparición de los imperios coloniales. Una vez que los ingleses se retiraron de la India, en 1947, las ciudades que formaban el Estado indio estaban condenadas: en 1961 fueron ocupadas militarmente. Y el puerto de Macao pasó a China en 1999, dos años después de la entrega británica de Hong Kong a Pekín.

El periodista italiano Indro Montanelli cuenta en sus memorias que, por medio del ex rey Umberto de Italia, que vivía exiliado en Portugal (al igual que Juan de Borbón y Battenberg), consiguió que Antonio Oliveira de Salazar le concediera una entrevista. Montanelli preguntó a Salazar, catedrático de Hacienda, primer ministro portugués entre 1932 y 1968, por qué se empecinaba Lisboa en mantener sus colonias, lo que le estaba costando más que los beneficios que le dejaban. La respuesta de Salazar, con prohibición de publicarla, fue la siguiente:

Sin su imperio de ultramar, ¿qué sería este escollo adherido a España en el que se habla un dialecto español?

Vino de Oporto a cambio de paños ingleses

A cualquiera que se acerque a la historia de Portugal le sorprenderá el fracaso de su monarquía, su aristocracia y su burguesía a la hora de crear una riqueza similar a la que generaron los burgueses holandeses a partir del siglo XVII. Con mejores condiciones geográficas (costa abierta al Atlántico), con más experiencia (los portugueses llevaban buscando la ruta a la India desde el siglo XV) y con colonias ya establecidas en tres continentes, los portugueses nunca disfrutaron de un bienestar similar al de los holandeses, que también se dedicaban al comercio marítimo. Y para comprobarlo no hay más que comparar las obras de arte que nos han llegado de uno y otro país. ¿Quizá los británicos que les protegían de España limitaron su crecimiento, o bien se trató de la incapacidad de las clases altas?

Mediante el Tratado de Lord Methuen, firmado en Lisboa el 27 de diciembre del año 1703, Portugal se incorporaba a la Gran Alianza (Inglaterra, Holanda y Austria) contra España y Francia. A cambio, se le prometió Galicia y territorios en Sudamérica. Pero el punto más importante de este tratado, de sólo tres artículos de extensión, era la supeditación económica a Inglaterra, que quería aprovechar la Guerra de Sucesión para sustituir por oportos los vinos franceses y tener buen acceso al azúcar brasileño. A cambio, la Corte portuguesa se comprometía a admitir sin carga o prohibición los paños ingleses.

Como los textiles eran la industria de mayor inversión y tecnología de la época, mientras que el vino era un producto de baja inversión y mano de obra poco cualificada, enseguida se produjo un déficit comercial, que Lisboa sólo podía saldar con pagos en oro, procedente de Brasil. Pueden deducirse las consecuencias cuando las minas se agotaron y, en 1822, Brasil se separó de la Corona.

Más pobres que los españoles

Portugal nunca superó en riqueza a España, ni en términos absolutos ni en términos relativos. La convergencia de Portugal con España desciende desde un 90'59% del PIB por habitante en 1820 a un 55'17% en 1913. La guerra civil de 1936-39 y el bloqueo económico a España hacen que Portugal se acerque en 1950: un 86'32% de 1950; desde entonces se produce un acercamiento permanente, con un pico en 1996 del 91'75%.

Pese a las relaciones diplomáticas con España y el régimen franquista (Portugal ayudó militarmente al bando nacional, formó el Bloque Ibérico en la guerra mundial y mantuvo a su embajador en Madrid durante el bloqueo internacional), Salazar no quiso aumentar los intercambios económicos. Además, el primer ministro luso estaba convencido de que el proyecto del Mercado Común Europeo era perjudicial para su patria, por lo que, aunque era miembro fundador de la OTAN, rechazó el ingreso en el mismo. Prefirió pertenecer a la EFTA, promovida por el Reino Unido... y que éste abandonó en cuanto el Mercado Común le acogió en su seno.

El derrumbe del Estado Novo, mediante la Revolución de los Claveles (abril de 1974), el abandono de las colonias, las nacionalizaciones y el intervencionismo de la extrema izquierda en el poder hundieron la economía portuguesa, y no le dejaron otra salida al país que negociar con la Comunidad Económica Europea. España y Portugal ingresaron en la CEE el mismo día, el 1 de enero de 1986.

¿Esclavos de Bruselas?

Los sectores nacionalistas portugueses aseguraron a sus compatriotas que se iban a convertir en esclavos de Bruselas y, sobre todo, de los españoles. Un literato, Miguel Torga, escribió en su diario en 1993 lo siguiente:

Abolición de las fronteras. Libre circulación de personas y bienes. Ocupados sin resistencia ni dolores. Anestesiados previamente por los invasores y sus cómplices, somos ahora oficialmente europeos de primera, españoles de segunda y portugueses de tercera.

Años después, las empresas españolas irrumpieron en Portugal: eléctricas, bancos, aseguradoras, petroleras, constructoras, telefónicas... En 2001, El Corte Inglés abrió su primer centro fuera de España... en Lisboa. También hay empresas portuguesas en España, unas 400. Pero el balance es favorable a España, ya que nuestro PIB sextuplica al luso. En la actualidad, España es el primer importador de bienes y servicios portugueses, en torno al 25% de todo lo que venden nuestros vecinos. Hace unos años el economista Juan Velarde afirmó que Portugal era más importante para la economía española que Argentina.

Aunque España se encuentra en una crisis económica gravísima, al menos nosotros hemos crecido en los últimos años, mientras que Portugal se encuentra estancado desde mediados de los años 90. De manera sorprendente, muchos productos son más caros en Portugal que en España

Portugal, sin su imperio colonial, sin la protección del Reino Unido, sin bloqueos políticos ni aranceles, no tiene más salida para sobrevivir que una mayor vinculación a España. Los portugueses han comprendido lo que un número apreciable de españoles (catalanes, vascos, navarros, gallegos, canarios...) se niega a ver: la independencia sólo sirve para plantar berzas.

El viejo proyecto iberista de una unión entre España y Portugal, que en el siglo XIX promovieron sectores republicanos y masones, y que en el XX adoptaron los falangistas, se puede acabar realizando gracias a la Unión Europea.

Cincuenta millones

Por Carlos Alberto Montaner

El censo norteamericano arroja la cifra de cincuenta millones de hispanos. Las dos terceras partes de esa masa humana son de origen mexicano.

Aparentemente, la definición de hispano viene dada por el idioma que hablan o que hablaban sus antepasados, o por el patronímico familiar. Un señor de apellido Pérez, norteamericano de cuarta generación, que no habla una palabra de español, es un hispano. En cambio, mi amigo Patterson, brillante profesor de Filosofía, un cubano negro radicado en Miami que habla inglés con un acento muy fuerte, "patrióticamente malo", como quería Unamuno que se hablaran los idiomas extranjeros, no es exactamente un hispano, de acuerdo con el censo. Pero tampoco es un afroamericano. Ignoro en qué casilla Patterson hizo su cruz en la famosa planilla.

El censo americano es un disparate conceptual. La actriz Jennifer López, de ascendencia puertorriqueña, es hispana. La actriz Cameron Díaz, descendiente de cubanos, en cambio, no es hispana. ¿Por qué? Imposible saberlo.

Hay algo, también, de identidad estratégica voluntariamente asumida. Dado que las autoridades de Washington se han metido en este absurdo berenjenal de clasificar a la sociedad de diversas maneras (por el color de la piel, por la procedencia geográfica, por los apellidos, por la geografía, por la etnia), los clasificados aprenden a utilizar esa supuesta identidad cuando les conviene. Por ejemplo, los cinco talentosos hijos de un matrimonio amigo –un varón y cuatro mujeres–, blancos, inteligentes, de clase media alta, nacidos en Estados Unidos, afortunadamente dotados de un apellido hispano, utilizaron este factor insustancial para acceder a buenas universidades, a préstamos preferentes y a la protección burocrática que beneficia a las minorías. Las cuatro mujeres, hoy casadas con norteamericanos, casualmente de origen irlandés, adquirieron los apellidos de los maridos y ya ellas y sus descendientes desaparecieron del censo hispano.

Hay una contradicción esencial entre la concepción jurídica de la nación americana y el censo que el país realiza cada diez años. Se supone que Estados Unidos es una república legalmente igualitaria que no toma en cuenta el sexo, la raza, el origen, la religión o la cultura de quienes viven voluntariamente sometidos a su Constitución. El Estado concebido por los Padres Fundadores partía de esa premisa. Con el tiempo, algunos estudiosos comenzaron a hablar del patriotismo constitucional como gran cohesivo de la sociedad. Ser americano era, simplemente, colocarse bajo la autoridad de la ley.

El censo, en cambio, desde la perspectiva del mainstream, esos 200 millones de norteamericanos blancos no hispanos, clasifica caprichosa y quizás inconstitucionalmente al resto de sus compatriotas, afro-americanos, hispanos de todas las razas, asiáticos y otras criaturas residuales de difícil taxonomía, sin detenerse a observar que su propia definición va cambiando con el tiempo.

¿Qué categoría es esa de blanco no hispano que abarca las dos terceras partes del censo? Hace varias décadas los italianos, los irlandeses y los judíos sufrían grandes discriminaciones y no eran considerados exactamente como blancos por la corriente dominante, fundada en la prejuiciada mirada de una cultura que, en sus orígenes, fue anglo-germano-holandesa. Con el tiempo, sin embargo, las filas de los blancos fueron abriéndose e incorporando a otros pueblos deseosos de fundirse dentro del melting pot de la corriente central de la sociedad norteamericana.

El propio presidente de Estados Unidos es un enigma para el dichoso censo. ¿Por qué es un afroamericano, si su madre era una señora blanca y él ha vivido la mayor parte del tiempo en un medio muy exclusivo y predominantemente blanco? A los efectos de la colectividad y de su trabajo como jefe de Estado, ¿qué interés real tiene la composición genética del presidente Obama?

No hay duda de que es importante censar a las sociedades, averiguar sus condiciones materiales de vida, identificar sus carencias y necesidades y tomar nota de los cambios, pero es un disparate introducir en la encuesta factores subjetivos de imposible ponderación, casi siempre anclados en el prejuicio. Frente a lo que pudiera pensarse, estas clasificaciones, lejos de acelerar la integración de los inmigrantes en una sociedad saludablemente homogénea, lo que consiguen es prolongar las diferencias.

Lo he contado varias veces porque me parece un ejemplo precioso: en Dersu Uzala, la película de Akira Kurosawa, cuando le preguntan a Dersu, cazador nómada chino, a qué país pertenece, se queda mirando, asombrado, y responde: "Yo soy un ser humano". Eso es lo único importante.

sábado, 26 de marzo de 2011

Sacrificios humanos aztecas

Hoy visitando Youtube he llegado hasta un vídeo sobre los sacrificios humanos aztecas y también toca algo el canibalismo de este pueblo. El vídeo es bastante bueno pero ha habido una cosa que me ha llamado la atención y es que parece ser que un ignorante indigenista ha votado más de 100 veces el vídeo, pobre payaso. Hay que ser retrasado mental e ignorante para tratar de ocultar un hecho como este, los aztecas fueron unos asesinos en serie, unos criminales que asesinaron en pocos días a más de 20.000 indígenas y luego los devoraron como salvajes.

La postura del individuo en cuestión es bastante absurda y ridícula, adjunto el vídeo sobre los sacrificios humanos aztecas y el canibalismo para que todo el mundo pueda comprobar lo que digo.

viernes, 11 de marzo de 2011

Barbarie "democrática" de los rojos en España


Un ejemplo del salvajismo republicano en la guerra civil española pero claro, para el bastardo de Zp esto no cuenta en su memoria histórica... estoy seguro que si él hubiese vivido en aquella época, hubiese sido el "demócrata" que estampaba el sello en el bando.

Sacrificios humanos aztecas


Los aztecas vivían regidos continuamente por un Calendario religioso de 18 meses, compuesto cada uno de 20 días, y muchas de las celebraciones litúrgicas incluían sacrificios humanos. Otros acontecimientos, como la inauguración de templos, también exigían ser santificados con sangre humana. Por ejemplo, en tiempos de Axayáctl (1469-1482), cuando se inauguró el Calendario Azteca, esa enorme y preciosa piedra de 25 toneladas que es hoy admiración de los turistas, se sacrificaron 700 víctimas (Alvear 92). Y poco después Ahítzotl, para inaugurar su reinado, en 1487, consagró el gran teocali de Tenochtitlán. En catorce templos y durante cuatro días, ante los señores de Tezcoco y Tlacopan, que habían sido invitados a la solemne ceremonia, se sacrificaron innumerables prisioneros, hombres, mujeres y niños, quizá 20.000, según el Códice Telleriano, aunque debieron ser muchos más, según otros autores, y como se afirma en la crónica del noble mestizo Alva Ixtlilxochitl:


«Fueron ochenta mil cuatrocientos hombres en este modo: de la nación tzapoteca 16.000, de los tlapanecas 24.000, de los huexotzincas y atlixcas otros 16.000, de los de Tizauhcóac 24.4000, que vienen a montar el número referido, todos los cuales fueron sacrificados ante este estatuario del demonio [Huitzilipochtli], y las cabezas fueron encajadas en unos huecos que de intento se hicieron en las paredes del templo mayor, sin [contar] otros cautivos de otras guerras de menos cuantía que después en el discurso del año fueron sacrificados, que vinieron a ser más de 100.000 hombres; y así los autores que exceden en el número, se entiende con los que después se sacrificaron» (cp.60).

Treinta años después, cuando llegaron los soldados españoles a la aún no conquistada Tenechtitlan, pudieron ver con indecible espanto cómo un grupo de compañeros apresados en combate eran sacrificados al modo ritual. Bernal Díaz del Castillo, sin poder reprimir un temblor retrospectivo, hace de aquellos sacrificios humanos una descripción alucinante (cp.102). Pocos años después, el franciscano Motolinía los describe así:

«Tenían una piedra larga, la mitad hincada en tierra, en lo alto encima de las gradas, delante del altar de los ídolos. En esta piedra tendían a los desventurados de espaldas para los sacrificar, y el pecho muy tenso, porque los tenían atados los pies y las manos, y el principal sacerdote de los ídolos o su lugarteniente, que eran los que más ordinariamente sacrificaban, y si algunas veces había tantos que sacrificar que éstos se cansasen, entraban otros que estaban ya diestros en el sacrificio, y de presto con una piedra de pedernal, hecho un navajón como hierro de lanza, con aquel cruel navajón, con mucha fuerza abrían al desventurado y de presto sacábanle el corazón, y el oficial de esta maldad daba con el corazón encima del umbral del altar de parte de fuera, y allí dejaba hecha una mancha de sangre; y caído el corazón, estaba un poco bullendo en la tierra, y luego poníanle en una escudilla [cuauhxicalli] delante del altar.

«Otras veces tomaban el corazón y levantábanle hacia el sol, y a las veces untaban los labios de los ídolos con la sangre. Los corazones a las veces los comían los ministros viejos; otras los enterraban, y luego tomaban el cuerpo y echábanle por la gradas abajo a rodar; y allegado abajo, si era de los presos en guerra, el que lo prendió, con sus amigos y parientes, llevábanlo, y aparejaban aquella carne humana con otras comidas, y otro día hacían fiesta y le comían; y si el sacrificado era esclavo no le echaban a rodar, sino abajábanle a brazos, y hacían la misma fiesta y convite que con el preso en guerra.

«En esta fiesta [Panquetzaliztli] sacrificaban de los tomados en guerra o esclavos, porque casi siempre eran éstos los que sacrificaban, según el pueblo, en unos veinte, en otros treinta, o en otros cuarenta y hasta cincuenta y sesenta; en México se sacrificaban ciento y de ahí arriba.

«Y nadie piense que ninguno de los que sacrificaban matándolos y sacándoles el corazón, o cualquiera otra muerte, que era de su propia voluntad, sino por fuerza, y sintiendo muy sentida la muerte y su espantoso dolor.

«De aquellos que así sacrificaban, desollaban algunos; en unas partes, dos o tres; en otras, cuatro o cinco; y en México, hasta doce o quince; y vestían aquellos cueros, que por las espaldas y encima de los hombros dejaban abiertos, y vestido lo más justo que podían, como quien viste jubón y calzas, bailaban con aquel cruel y espantoso vestido.

«En México para este día guardaban alguno de los presos en la guerra que fuese señor o persona principal, y a aquél desollaban para vestir el cuero de él el gran señor de México, Moctezuma, el cual con aquel cuero vestido bailaba con mucha gravedad, pensando que hacía gran servicio al demonio [Huitzilopochtli] que aquel día honraban; y esto iban muchos a ver como cosa de gran maravilla, porque en los otros pueblos no se vestían los señores los cueros de los desollados, sino otros principales. Otro día de la fiesta, en cada parte sacrificaban una mujer y desollábanla, y vestíase uno el cuero de ella y bailaba con todos los otros del pueblo; aquél con el cuero de la mujer vestido, y los otros con sus plumajes» (Historia I,6, 85-86).

Diego Muñoz Camargo, mestizo, en su Historia de Tlaxcala escribe: «Contábame uno que había sido sacerdote del demonio, y que después se había convertido a Dios y a su santa fe católica y bautizado, que cuando arrancaba el corazón de las entrañas y costado del miserable sacrificado era tan grande la fuerza con que pulsaba y palpitaba que le alzaba del suelo tres o cuatro veces hasta que se había el corazón enfriado» (I,20).

Estos sacrificios humanos estaban más o menos difundidos por la mayor parte de los pueblos que hoy forman México. En el nuevo imperio de los mayas, según cuenta Diego de Landa, se sacrificaba a los prisioneros de guerra, a los esclavos comprados para ello, y a los propios hijos en ciertos casos de calamidades, y el sacrificio se realizaba normalmente por extración del corazón, por decapitación, flechando a las víctimas, o ahogándolas en agua (Relación de las cosas de Yucatán, cp.5; +M. Rivera 172-178).

En la religión de los tarascos, cuando moría el representante del dios principal, se daba muerte a siete de sus mujeres y a cuarenta de sus servidores para que le acompañasen en el más allá (Alvear 54)...

Las calaveras de los sacrificados eran guardadas de diversos modos. Por ejemplo, el capitán Andrés Tapia, compañero de Cortés, describe el tzompantli (muro de cráneos) que vio en el gran teocali de Tenochtitlán, y dice que había en él «muchas cabezas de muertos pegadas con cal, y los dientes hacia fuera». Y describe también cómo vieron muchos palos verticales, y «en cada palo cinco cabezas de muerto ensartadas por las sienes. Y quien esto escribe, y un Gonzalo de Umbría, contaron los palos que había, y multiplicando a cinco cabezas cada palo de los que entre viga y viga estaban, hallamos haber 136.000 cabezas» (Relación: AV, La conquista 108-109; +López de Gómara, Conquista p.350; Alvear 88).

Grandeza y miseria de los aztecas
Autor: José María Iraburu


miércoles, 2 de marzo de 2011

El hispanicida Luis Castañeda Lossio de Vargas Llosa

Carta abierta titulada Hispanicidas y realizada por Mario Vargas Llosa

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El alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, ha hecho retirar entre gallos y medianoche la estatua ecuestre de Pizarro que durante muchos años cabalgó simbólicamente en una esquina de la Plaza de Armas, frente a Palacio de Gobierno, en un pequeño recuadro de cemento. Leo en un cable de agencia que, a juicio del burgomaestre, esta estatua era "lesiva a la peruanidad". El arquitecto Santiago Agurto, que llevaba ya años haciendo campaña para que se perpetrara este hispanicidio, se apresuró a cantar victoria: "Ese hombre a caballo con la espada desenvainada y el gesto violento dispuesto a matar, agrede a las personas. Como peruano, siento que es ofensivo por el aspecto que de Pizarro se elige perpetuar: el de Conquistador". Aquella placita, ya desbautizada, no se llamará más Pizarro sino Perú -naturalmente- y en lugar de la estatua del fundador de Lima lucirá en el futuro una gigantesca bandera del Tahuantinsuyo. Como esta bandera nunca existió cabe suponer que la está manufacturando a toda prisa algún artista autóctono y que la engalanará con muchos colorines para que resulte más folclórica.

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La demagogia, cuando alcanza ciertos extremos, se vuelve poesía, humor negro, disparate patafísico, y, en vez de enojar, resulta divertida. Se habrá advertido que los dos protagonistas de esta historia ostentan apellidos españoles a más no poder (Lossio debe ser italiano) y que, por lo tanto, sin los huesos que acaban de pisotear, sus ancestros jamás hubieran llegado a ese país cuya estirpe tahuantisuyana (es decir, inca) reivindican como la única válida de la "peruanidad". Por lo demás, el indigenismo truculento que aletea detrás de lo que han hecho no es indio en absoluto, sino otra consecuencia directa de la llegada de los europeos a América, una ideología ya por fortuna trasnochada que hunde sus raíces en el romanticismo nacionalista y étnico del siglo XIX, y que en el Perú hicieron suya intelectuales impregnados de cultura europea (que habían leído no en quechua sino en español, italiano, francés e inglés). El de mejores lecturas entre esos indigenistas, el historiador Luis E. Valcárcel, un caballero de abolengo españolísimo, llegó a sostener que las iglesias y conventos coloniales debían ser destruidos pues representaban "el anti-Perú" (después, moderó sus furores antieuropeos y borró esta frase del libro en que la estampó). En lo que parece ser una constante, quienes de rato en rato han enarbolado en la historia del Perú este peruanismo hemipléjico, que pretende abolir la vertiente española y occidental de un país que José María Arguedas -alguien que sí podía hablar del Perú indio con conocimiento de causa- definió con mucho acierto como el de "Todas las Sangres", y fundar la nacionalidad peruana exclusivamente en el legado prehispánico, no han sido peruanos indios sino distraídos peruanos mestizos o peruanos de origen europeo que, al postular semejante idea tuerta y manca del Perú, perpetraban sin advertirlo una auto-inmolación pues se excluían y borraban ellos mismos de la realidad peruana.

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En este caso la mezquindad no atañe sólo a la abolición de la vertiente española de la peruanidad. El alcalde de Lima parece ignorar que el Tahuantinsuyo representa apenas unos cien años de nuestro pasado, el tiempo de un suspiro en el curso de una historia que tiene más de diez mil años de antigüedad. La bandera que se va a inventar para que flamee en la Plaza Perú representará apenas a un segmento minúsculo del vasto abanico de culturas, civilizaciones y señoríos prehispánicos -entre ellos los mochicas, los chimús, los aymaras, los nazcas, los chancas, los puquinas y muchos más- que fueron sucediéndose en el tiempo, o mezclándose hasta que, con la llegada de los europeos, surgió, de ese encuentro violento y cargado de injusticias -como han surgido todas las naciones- la amalgama de razas, lenguas, tradiciones, creencias y costumbres que llamamos Perú. Ser tantas cosas a la vez puede serlo todo -una sociedad que entronca directa o indirectamente con el crucigrama de culturas diseminadas por el mundo, un verdadero microcosmos de la humanidad- o puede no ser nada, una mera ficción de provincianos confusos, si en ese entramado multirracial y multicultural que es nuestro país se pretende establecer una identidad excluyente, que afirmando como esencia de la peruanidad una sola de sus fuentes, repudie todas las demás. Parece asombroso tener que recordar a estas alturas de la evolución del mundo que el Tahuantinsuyo desapareció pronto hará quinientos años y que lo que queda de él está indisolublemente fundido y confundido con otros muchos ingredientes dentro de la historia y la realidad contemporánea del Perú. Lástima que los señores Castañeda Lossio y Agurto Calvo no tengan del Perú la noción generosa y ancha que tenían los Incas del Tahuantinsuyo. Ellos no eran nacionalistas y en vez de rechazar lo que no era incaico, lo incorporaban a su mundo multicultural: los dioses de los pueblos conquistados eran asimilados al Panteón cusqueño y desde entonces, al igual que los nuevos vasallos, formaban parte integrante del imperio incaico.

Pizarro y lo que llegó con él a nuestras costas -la lengua de Cervantes, la cultura occidental, Grecia y Roma, el cristianismo, el Renacimiento, la Ilustración, los Derechos del Hombre, la futura cultura democrática y liberal, etcétera- es un componente tan esencial e insustituible de la peruanidad como el Imperio de los Incas y no entenderlo así, si no es ignorancia crasa, es un sectarismo ideológico nacionalista tan crudo y fanático como el que proclamaba no hace mucho que ser alemán era ser ario puro o el que proclama en nuestros días que no ser musulmán es no ser árabe o que quien no es cristiano no es o no merece ser europeo. Si hay algo de veras lesivo a la peruanidad es este nacionalismo racista y cerril que asoma su fea cabeza detrás de la defenestración de la estatua de Francisco Pizarro, un personaje que, les guste o no les guste a los señores Castañeda Lossio y Agurto Calvo, es quien sentó las bases de lo que es el Perú y fundó no sólo Lima sino lo que ahora llamamos peruanidad.

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No era un personaje simpático, sin duda, como no lo son los conquistadores por definición, y desde luego que su vida violenta y sus acciones beligerantes y a veces feroces, y las malas artes de que a menudo se valió para derrotar a los Incas deben ser recordadas, y criticadas por los historiadores, sin olvidar, eso sí, que buena parte de esa violencia que lo acompañó toda su vida y que sus acciones derramaron a su alrededor venía de los tiempos sanguinarios en que vivía y que idéntica violencia y ferocidad hicieron posible la construcción del Tahuantinsuyo en tan breve tiempo, una historia que, como todas las historias de los Imperios –el inca y el español entre ellos-, estuvo plagada de sangre, de injusticia, de traiciones y del sacrificio de incontables generaciones de inocentes. Está muy bien criticar a Pizarro y defender la libertad y la justicia y los derechos humanos no sólo en el presente, también en el pasado, aun para aquellos tiempos en que esas nociones no existían con su contenido y resonancias actuales. Pero a condición de no cegarse y asumir la realidad entera, no descomponiéndola y mutilándola artificialmente para bañarse de buena conciencia. Criticar a Pizarro y a los conquistadores, tratándose de peruanos, sólo es admisible como una autocrítica, y que debería ser muy severa y alargarse siempre hasta la actualidad pues muchos de los horrores de la Conquista y de la incorporación del Perú a la cultura occidental se siguen perpetuando hasta hoy y los perpetradores tienen no sólo apellidos españoles o europeos, sino también africanos, asiáticos, y a veces indios. No son los conquistadores de hace quinientos años los responsables de que en el Perú de nuestros días haya tanta miseria, tan espantosas desigualdades, tanta discriminación, ignorancia y explotación, sino peruanos vivitos y coleando de todas las razas y colores.

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Escribo esta nota en Colombia, un país que, a diferencia del Perú, donde todavía se dan brotes de indigenismo tan obtuso como el que comento, ha asumido todo su pasado sin complejos de inferioridad, sin el menor resentimiento, y que por lo mismo está muy orgulloso de hablar en español -los bogotanos lo hablan muy bien, sea dicho de paso, y algunos colombianos lo escriben como los dioses- y de ser, gracias a su historia, un país moderno y occidental. El conquistador Jiménez de Quesada da su nombre a una de las más elegantes avenidas de la capital y en ella hay un monumento a su memoria no lejos del bonito edificio que es sede de la Academia de la Lengua y del Instituto Caro y Cuervo, un centro de estudios que es motivo de orgullo para todos quienes hablamos y escribimos en español. El alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, cuyo origen lituano nadie considera "lesivo a la colombianidad" (¿se dirá así?), en vez de descuajar estatuas de conquistadores e inventarse banderas chibchas, está modernizando y embelleciendo la ciudad de Bogotá -sigue en esto la política de su antecesor, el alcalde Enrique Peñalosa-, perfeccionando su sistema de transportes (ya excelente) y estimulando su vida cultural y artística de una manera ejemplar. Por ejemplo, incrementando la red de bibliotecas -BiblioRed- que el ex alcalde Peñalosa sembró en los barrios más deprimidos de la ciudad. Dediqué toda una mañana a recorrer tres de ellas, la de El Tintal, la de el Tunal y especialmente la envidiable Biblioteca Pública Virgilio Barco. Magníficamente diseñadas, funcionales, enriquecidas de videotecas, salas de exposiciones y auditorios donde hay todo el tiempo conferencias, conciertos, espectáculos teatrales, rodeadas de parques, estas bibliotecas se han convertido en algo mucho más importante que centros de lectura: en verdaderos ejes de la vida comunitaria de esos barrios humildes bogotanos, donde acuden las familias en todos sus tiempos libres porque en esos locales y en su entorno viejos, niños y jóvenes se entretienen, se informan, aprenden, sueñan, mejoran y se sienten partícipes de una empresa común. No le haría mal al hispanicida que en mala hora eligieron los limeños para poner al frente de la municipalidad de Lima darse una vuelta por Bogotá y, observando cómo cumple con sus deberes su colega colombiano, descubrir la diferencia que existe entre la demagogia y la responsabilidad, entre la cultura y la ignorancia y entre la altura de miras y la pequeñez.